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miércoles, 23 de abril de 2014

Diario (37)

23 de abril, 2014.

   Mañana voy a ir a apuntarme al INEM. Tras el despido, en enero, lo fui dejando pasar y la verdad es que me deja cierto mal cuerpo ver luego en las estadísticas que el número de parados mengua. Los católicos cuentan a los que no van a misa, y a los agnósticos, y a los budistas de pastel de los saraos. Yo por ejemplo, que soy ateo, estoy en la lista, y sin posibilidades claras de salir. Hasta las mezquitas meten en el saco, como la de Córdoba, que cuando fuimos estaba el personal con un cabreo de pekinés. Pero en el Ministerio de Trabajo parece que la tendencia es la inversa. Allí los "no practicantes" no suman, y el mero hecho de que te echen no significa que vayas a figurar entre los desempleados.

   En la penúltima empresa en que estuve me cambiaron el contrato sin que yo lo firmase ni notificación alguna. Me enteré cuando ya iba a reclamar en el juzgado. Pedí una copia en el INEM para hacerlo, y entonces me dijeron que no lo tenían, aunque sí constaba y era válido. La funcionaria añadió el adverbio tácitamente, muy clásico, y desde luego más elegante que "en diferido". Vamos, que te pueden cambiar las condiciones laborales como lo hacía Tácito en sus tiempos, pero registrar tu realidad de oficio no. Para éso sí te necesitan, que confirmes lo que el ordenador ya sabe, porque es de suponer te han dado de baja. En cambio llega un nuevo documento vinculante (y bien enculante añadiría, ya que estamos retóricos) sin el consentimiento expreso de una de las partes y es de inmediata aplicación, así sin más.

   Mañana mismo, en cuanto salga del INEM, voy a ir al registro a poner a mi nombre la catedral de Burgos, a ver si cuela. Que debe de fardar mucho vivir en una y que te sujeten la cola, como decía Cela.




               

lunes, 21 de abril de 2014

Diario (36)

22 de abril, 2014.

  Ayer cumplí treinta y nueve. Una edad estadísticamente perfecta para que me capte alguna secta. Por lo demás, bastante anodina. Nadie usa la palabra "treintainueveañeros", y por algo será, aparte de que suena como el culo. Los cuarenta ya son otra cosa, una cifra con más empaque. Ahí es donde a uno le llega la crisis (interna) y se hace preguntas trascendentes, mirando así entre de morros y con morriña las cosas que deja detrás. Por no hablar de lo que evoca: los cuarenta ladrones, los cuarenta principales... las nunca bien ponderadas cuarentenas del medioevo... Al parecer nacieron en Dubrovnik, por los barcos llenos de apestados que arribaban en esa época. Llegó un momento en que no les permitían atracar ni de coña a los contagiosos. Primero fue un período preventivo de treinta días, pero luego lo aumentaron a cuarenta para mayor seguridad. Nadie pensó en el treinta y nueve, y mira que entonces eran cabalísticos a más no poder, con profetas y alucinados religiosos calculando el fin del mundo hasta en la sopa. Aunque ni dios visionó ese número, qué curioso. Instaurar la treintainueventena ni se les pasó por la cabeza. Así que no sé, mejor la ignoro yo también - por no traicionar la tradición, que además creo que ya es delito otra vez - y espero al próximo año a ver si llegan reflexiones elevadas y la añoranza de la inocencia. O un minijob de esos por lo menos...

   

Diario (35)

21 de abril, 2014.

   Por lo visto han descubierto un planeta potencialmente habitable. El nombre no es que sea muy sugerente: Kepler-186f. Parece más una dirección para ir en taxi que al éxtasis, pero bueno, si está limpio... Lo peor es que se encuentra a un porrón de años luz, porque con el precio que le han puesto al kilovatio menuda factura. Casi saldría más económico irse a colonizar a Niza, en un hotelazo con piscina, bufé y de todo. Quizá un alemán se pueda permitir una buena choza bávara en Kepler-186f, pero nosotros como no nos llevemos los pisos de casa - que también es verdad que tenemos un montón desocupados - no sé yo si será viable. Hasta que alguno de esos emprendedores de los de ahora no invente tuppers para envasar y enviar urbanizaciones al vacío me temo que habrá que esperar.

   Además, a ver dónde nos colocan, porque me imagino que los del G-10 tendrán preferencia para escoger y que acapararán los mejores territorios. La "g" no es de gilipollas, vamos. Seguro que la franja más soleada, o comoquiera que se llame allí lo que brilla, se la quedarán norteamericanos y chinos, puede que los rusos también, y que el resto se repartirá siguiendo un estricto orden económico. Dentro de esos parámetros no quiero ni pensar cuál podrá ser el lugar de España. Algún abismo submarino, supongo: el equivalente a las Fosas Marianas de nuestro planeta. Tal vez una estepa como la mongola, o un pequeño glaciar, y gracias...  Va a ser un auténtico bajón, sobre todo en lo que se refiere al turismo.

   No sé si nos interesa devastar este planeta para ir a repoblar otro, la verdad. Se sabe que hay planes desde hace tiempo, proyectos embrionarios y así como de ciencia ficción, pero ya empiezan a insinuarlo en los medios, a tantear. ¿Le gustaría vivir en Kepler-186f? Son así de finos, para ver por dónde respira la masa, si nos va la marcha o no. A medida que se aproxime la gran migración serán cada vez más insistentes, más pesados con lo de nuestro nuevo destino, que ya es decir, y habrá programas especiales espaciales para los nenes en el colegio, por si acaso, y también en la tele para hablarnos a fondo de la nueva estrella. Que vayamos conociendo sus secretos y tal. Fijo que organizarán hasta debates con tertulianos riñendo sobre si debe crearse o no una Nueva Cataluña, o preguntándose - sin ofender a nadie, claro - por qué los ciudadanos ricos tendrían que pagar el viaje interestelar de los pobres, con lo que cuesta. Cuando se pisó por primera vez la Luna Auden escribió que sólo esperaba que los santos, los cocineros y los poetas siguiesen sin hacerles caso. Pues eso... No creo que haya mucho más que añadir.
 

jueves, 10 de abril de 2014

Diario (34)

10 de abril, 2014.

   Leyendo la Vida de Miguel Ángel, de Papini. Una biografía amena y humana, erudita pero sin abrumar. Es evidente, hasta la wikipedia lo dice, que el autor se conocía al dedillo el Renacimiento italiano, pero es más una obra escrita con devoción y hasta amor que un libro de texto o una tesis. Hay numerosas anécdotas y, en cambio, pocos datos digamos académicos, técnicos o demasiado sesudos en el peor sentido. Alguno que yo me sé suspendería al autor por ser excesivamente vago - impreciso en sus análisis o incluso imaginativo quiero decir, porque la documentación es abundante -  pero desde luego es la clase de trabajo que yo prefiero sobre los clásicos mamotretos de doctorado; ladrillos que aburren a las piedras, cuando no auténticos ladridos defendiendo no se sabe muy bien qué. La objetividad, dicen, o el rigor. Igual que los muertos, vamos.

   Cuenta el autor que el genial Buonarroti participó en su día en un fraude, aconsejado, cómo no, por un banquero - si mal no recuerdo un tal Lorenzo entroncado con los Médicis, aunque no el famoso. Conchabado es la palabra. Antes de ser célebre, tanto como llegó a serlo, había esculpido un Cupido y se lo endosaron a un obispo o un cardenal asegurando que era antiguo, del siglo anterior. Una pieza encontrada por casualidad entre matojos. Vaya con el Divino. Supongo que no es la historia que suelen relatar los guías del museo, y en realidad Miguel Ángel no estaba ni de lejos convencido del chanchullo, orgulloso como era y estaba de sus trabajos. Aunque el hecho es que, a regañadientes, accedió, y la venta llegó a consumarse, si bien alguien advirtió posteriormente a Su Eminencia del embuste, y el trato se deshizo. Mal negocio al final, teniendo en cuenta quién había cincelado el angelote. Pero qué iba a saber un párroco rico de la gloria futura...

   Hace un tiempo leí un libro titulado "Escritores delincuentes", y había tantos candidatos a figurar que el autor tuvo que hacer una selección muy estricta por la imposibilidad de incluirlos a todos. Faltaban incluso algunos muy ilustres, como el Marqués de Sade, que era un pájaro de cuidado además de un pajero peligroso. Podía encontrarse de todo: asesinos, timadores, mangantes... una tropa atrapada al final, que era una de las condiciones para entrar en la lista - y en el talego, como es natural. Algunos incluso habían exagerado sus delitos. Chester Himes por ejemplo, que pagó por un robo en el que en verdad se había llevado una cantidad ridícula, me parece que unos doscientos dólares o algo así. Pero en fin, digamos que su pigmentación no ayudó con el jurado, y le cayó la del pulpo, cárcel a dolor, así que siempre contaba que el golpe había sido mucho mayor. Entre rejas escribió "Por el pasado, llorarás", una historia de amor carcelario que por supuesto tardó en salir más incluso que los protagonistas, y que tuve en su día en una elegante edición que tristemente vendí a un pirata de la segunda mano. Ahora mismo sólo tengo seis novelas de la serie de Ataúd y Sepulturero, dos volúmenes de esos tan apañados que editaba Orbis. Fueron las que le hicieron famoso, y curiosamente las que escribió sólo por encargo, a toda leche y por salir del apuro. Con las "serias" no se había comido un rosco, pero con ésas despegó. Qué cosas... Al final yo diría que de la gloria futura nadie sabe una mierda, y puede que ni siquiera de la presente. Es un poco como la objetividad, que no sirve de mucho buscarla, ni aun predicarla como si fuese un evangelio. Viene y se pira a su aire, y ni siquiera entonces se sabe muy bien si es absolutamente real o sólo una ilusión. Que es, en mi humilde opinión, lo más probable.

viernes, 4 de abril de 2014

Diario (33)

4 de abril, 2014.

   Después de un recital, no diré dónde, se acercó la concejala local a hablar conmigo, supongo que en calidad de poeta consorte. Me soltó, muy terminante, que la literatura es importantísima para el entendimiento social, pero que tristemente en la izquierda estamos embotados con prejuicios hacia los escritores de derechas. Debo de tener una facha, pinta quiero decir, de lo más elocuente, porque hasta la gente sin prejuicios adivina mis inclinaciones políticas sin que yo se las diga ni por asomo, con sólo mirarme. Por no hablar de las lecturas que hago, que supongo que las llevo tatuadas en la frente, aunque no del modo que yo quisiera.

   Para empezar, en este país al menos un par de generaciones de izquierdistas leyeron a escritores de derechas en abundancia, entre otras cosas porque éstos eran obligatorios y los otros estaban prohibidos. No lo olvidemos. A lo mejor más que un prejuicio es una saturación. Literatura, Historia, Mitología surtida y hasta Derecho de derechas... de todo, vamos. Personalmente aún recuerdo haber visto en casa de mi abuela un buen número de libros por las estanterías forrados con papel de periódico, con el camuflaje de la clandestinidad. Mi tío Avelino los había dejado así incluso cuando dejaron de estar censurados, por motivos supongo que románticos o fetichistas o lo que sea.

   Por otro lado, yo distinguiría entre escritores con todas las letras y la patulea de los pataleos que campa por las columnas periódicas y saca de cuando en cuando algún volumen con su foto en la portada y sus opiniones sobre España o lo que cuadre recién paridas. Algunos salen a libro - tocho - por cuatrimestre, que no sé de dónde sacan el tiempo. César Vidal, el que afirmaba poner el culo contra la pared si veía un gay, publicó entre 2004 y 2005 la apabullante cifra de veintisiete volúmenes, que redactaba entre sarao radiofónico y aparición televisiva a un ritmo de casi catorce al año y apretando el ano además. ¿Quién podría seguirle? No es que seamos materialistas históricos imponiendo nuestra voluntad, es que resulta materialmente imposible quedarse con las historias. Es más fácil pillar a Correcaminos. Los otros de la troupe, los que hablan de la balcanización de España y el relativismo moral y tal, no sé... quizá es que tengo miedo de despertarme croata o croando como un sapo alucinógeno. Lo reconozco. Pero yo no diría que se trate de un prejuicio, sino más bien de que en la librería hay ejemplares mucho mejores, objetivamente, y hasta más baratos; de que una cosa es ser de la otra orilla ideológica y otra muy distinta gilipollas.

   No negaré que ha habido grandísimos autores conservadores, o incluso abiertamente fascistas. "Muerte a crédito" de Céline me lo he leído cuatro veces, y muchas de sus novelas un par, y por no salir del suelo patrio citaré a Cunqueiro, que fue un creador magnífico, un auténtico artista, y cuyas obras completas tengo en mucha estima y un lujoso volumen. O el genial Pla. El propio Bukowski, casi una vaca sagrada de la izquierda lectora actual, militó durante la Segunda Guerra Mundial en un partido nazi norteamericano, que ya hay que tenerlos bien puestos (cierto que más por dar la nota, que era lo suyo, que por convicción). Pero políticamente yo siempre he creído que fue un tipo bastante reaccionario en muchos aspectos, una especie de bohemio o libertario de las derechas, que por desgracia ya murió, porque de lo contrario se lo recomendaría encarecidamente para hacer una lectura en su Ayuntamiento. Hay muchos más, y a ninguno le cerré jamás la puerta ni los ojos por pensar tal o cual cosa, y habría sido simplemente un idiota de hacerlo. Pero ojo, tal vez no hablamos de lo mismo, como decía Rosendo: "me educo con el papus y no con el ABC", y sus editoriales y fulanos añadiría yo. Que sí, que a veces los leo... y dicen exactamente lo mismo que usted, oiga.

miércoles, 2 de abril de 2014

Diario (32)

2 de abril, 2014.

   Venía a decir Platón, más o menos, que el aprendizaje es recordar aquello que el alma ya sabe pero ha olvidado. Un poco como el escultor que afirmaba no haber hecho la estatua, sino sólo quitar la piedra sobrante del bloque inicial. Que en el pasado (o la eternidad) están las respuestas o ideas como adormecidas, flotando en una especie de limbo, y que hay que despertarlas, rescatar su visión latente en nuestro espíritu más que en nuestros pobres sentidos, que de bien poco sirven. Algo así como lo que hoy ha dado en llamarse memoria histórica, pero más elevado, celeste incluso... Así que lo que venía a decir Platón, más o menos, es que si queremos dejar de ser unos putos ignorantes debemos tenerla presente, o al menos intentarlo, porque de lo contrario no hay nada que rascar. Sólo sombras proyectadas en una caverna. Tenebrosas tertulias de la tele llenas de oscuros fantasmas aulladores.

   No es extraño que el deporte intelectual favorito de cualquier fascista de pro sea falsificar el pasado, borrar las huellas que conducen a su conocimiento. Saben aquello de que la verdad os hará libres, y lo aplican al revés. Negando, adulterando, sacándose mitos y flautas de la chistera... Total, como ya no queda nadie que estuviese allí, ¿quién va a atreverse a negarlo ahora? A veces se escuchan versiones que parecen sacadas de una opereta. Como si la sociedad de entonces hubiese sido una especie de guiñol de cachiporra con el príncipe, la princesa y el villano. Cierto que los seres humanos no destacamos precisamente por nuestra inteligencia y buen hacer, y que en masa ya somos delirantes, pero de ahí a creerse según qué cuentos de hadas hay un abismo. Países enteros que parecían hipnotizados o no sé... gilipollas perdidos. No es razonable ni de lejos. Pero el hecho es que se invierte tiempo y esfuerzo en conseguirlo. Igual que se desvirtúa la actualidad se hace también con la historia, y tampoco es casual ni inocente. Al pensar en cuál es la justificación de las leyes que nos rigen, de nuestro sistema de gobierno o incluso de nuestra constitución como pueblo hay que mirar inevitablemente hacia atrás, a las raíces y los acontecimientos que nos trajeron hasta aquí. Y descubrir de pronto que todos esos supuestos movimientos intrahistóricos que configuran en gran medida nuestra identidad no son exactos, o que son incluso embustes flagrantes, podría tener consecuencias devastadoras en eso que se llama la conciencia colectiva. Sería como salir de muchos siglos de cueva a un sol brillante. Nadie entendería para qué leches sirven un ministro o un rey, o, mejor dicho, lo entenderían demasiado bien. De modo que la idea, por supuesto platónica en el peor sentido, es que sigamos mirando hacia el futuro, así lo dicen. Borrar todo rastro de nuestra alma y nuestra esencia verdaderas.