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lunes, 31 de marzo de 2014

Diario (31)

31 de marzo, 2014.

   Leo un artículo sobre un doctor, un médico, que tiene muy claro lo que ocurre en toda esta comedia. Para él resulta evidente que un alto porcentaje de políticos y otros personajes gansos son, sencillamente, sicópatas. Describe a quienes padecen la patología, así en general, y el perfil se ajusta como un guante. Necesidad de poder, capacidad de mentir falseando increíblemente la realidad y negando lo que se les imputa. Dice que son reacios a dimitir aunque los trinquen, como sanguijuelas. Narcisistas extremos, mangutas compulsivos, caraduras... una banda de la que no conviene estar cerca, ni dejarles al cuidado de las propiedades. Nada que sea rentable les hace temblar. Precisamente uno de sus rasgos fundamentales es carecer de sentimientos, sólo aparentarlos con mucho salero. Pueden salir hasta caníbales, abollados que en la intimidad se ponen frente al espejo con una máscara de hockey para hacer el macarra o lo que sea, para trinchar a los estudiantes perdidos en el pantano.

   En realidad la teoría encaja tan bien que apenas ofrece dudas. No es la primera vez que la escucho, claro, aunque siempre había sido de un modo más informal, digamos que poético, y hacerlo en las palabras de un profesional, de un experto en la materia que lo afirma con criterio y rotundidad, como que deja un poso distinto. Es igual que ver al emperador desnudo del cuento. Alguien grita: "¡Fijaos!¡No lleva traje!", y de pronto se confirma lo que todo el mundo estaba viendo pero no se decía, o si acaso simplemente en murmullos discretos o en petit comité. Aunque sí, vamos, que lo son, de manual. Buscas el término en un diccionario para siquiatras y te sale una catalogación completa, con pelos y señales y hasta estudios serios que puedes consultar si no lo crees. Estos sujetos están como maracas en la fiesta patronal. Son perfectamente capaces de declarar una guerra sin pestañear, pero pídeles que lo hagan con el contenido del sobre que llevan en su americana y verás qué escaqueo. "Hay que aplicar recortes severos", dicen una y otra vez, que es más o menos lo que diría Leatherface en "La matanza de Texas" si supiese hablar. Y los hay hasta religiosos, de esos del zodiaco que andan por ahí poniendo sus símbolos en todas partes... Grillados del todo.

     Habría que impulsar una reforma que incluyese enfermedades mentales graves como causa de incompatibilidad para determinados cargos. Hacerles antes el test de Rorschach: "¿Cuánto tiene ud. pensado derrochar?". O con fotos; en una una autopista y en otra un crío vendado en una cama de hospital por ejemplo, y preguntarles que a quién salvarían primero en caso de peligro. Cuestiones que indiquen el tamaño de la avería con claridad.

martes, 18 de marzo de 2014

Diario (30)

18 de marzo, 2014.

   Ana, la bibliotecaria, fue a recogernos a la estación de Lérida, y en menos de media hora ya estábamos en Fraga, que es municipio fronterizo. El primer lugar al que nos llevó fue al castell - que no traduzco por "castillo" porque no lo era -, un mirador desde donde había unas vistas precisas y preciosas de toda la población. También de un enorme cerdo vietnamita, cebadísimo, que estaba en un corral cercano, por ahí revolcándose y fozando a su aire. Parecía una especie de gran hamburguesa burguesa. Se ve que les iban los animales exóticos. En uno de los trayectos en coche llegamos a ver un dromedario en el césped de una casa mientras pasábamos, cosa que de entrada nos dejó un tanto confusos hasta que pudimos confirmarlo. Pero sí, no se trataba de un espejismo, allí lo tenían, para poblar el desierto de los Monegros quizá. Seguro que más de un turista se llevó una sorpresa desagradable al preguntar por un camello para pillar. Nos explicamos la procedencia aragonesa de Buñuel, preguntándonos si acaso lo suyo no era surrealismo en el fondo, sino simples retratos costumbristas.

   El recital estuvo muy bien. Fraga, con unos 15.000 habitantes, tiene cuatro bibliotecas. Una proporción importante. También un ciclo de poesía semanal, que mantienen desde hace años, unos cuantos, con el público local suficiente como para seguir haciendo el esfuerzo. Si tuviese sombrero me lo quitaría. El auditorio de allí estaba casi lleno, y no eran figurantes, sólo vecinos que se acercaban a escuchar poesía porque les gustaba hacerlo. Sin más explicaciones retorcidas ni paripés. Sentarse en un sitio con buena sonoridad, en una cómoda butaca, y disfrutar de palabras con sentido, con belleza y bien recitadas. Sin palomitas ni gente sorbiendo pajas de refresco. No es nada extraño. En la Grecia clásica ya se hacía, y hay hasta textos que se conservan como tesoros. Grandes empresas que perduran, éstas sí, y más a veces que las ciudades donde transcurrieron, por muchos muros inexpugnables y héroes dispuestos a morir rajados en la arena que tuviesen. Si se recuerdan sus nombres y hasta los hechos de sus dioses es sólo gracias a versos, a duras tablillas, papiros y grabados. A sociedades que creían que invertir medios y esfuerzo con ese fin no era deficitario o improductivo, sino un cotizado lujo, un placer hasta para los más tirados y tiranos. Sólo necesitaban un diván, unas libaciones, y a escuchar odiseas, grandes viajes en la voz de los aedos. Los monarcas más poderosos no cenaban sin su ración. Nada de tertulias ramplonas, ¡ostracismo total a las cuitas de marujas y marhuendas!... A ése me gustaría verle explicando lo que es la razón al Rey de Creta y sus decretos. Se iba a poner tocho remando el menda.

   Nos contó una señora de allí, tomando algo después, que cuando su padre se estaba muriendo lo único que quería era escuchar poemas. Que ella se los leía junto a la cama, despacio, las Coplas de Jorge Manrique y cosas así. Lo que él pedía. A algunos del hospital no les parecía muy buena idea. Consideraban preferibles las milongas del tipo ¡pero si estás muy bien! a la ayuda para morir conscientemente y en paz. Por lo visto otro paciente le dijo a una enfermera: "Por favor, dígale a mi familia lo que me pasa porque se creen que soy gilipollas...". Llegaban como a una piñata. Su marido, un médico, estaba convencido de que cuanto mayor es el individualismo en una sociedad con menos naturalidad se acepta la muerte. Que el estar desvinculado de todo es, paradójicamente, peor para hacerse a la idea de abandonarlo. Claro, para un individualista nada es más preciado que su propia vida, ninguna idea, ninguna pasión. En cambio las personas más convencidas de pertenecer a una colectividad, a una especie de destino común, no lo ven tanto como un final a veces, sino como una especie de peaje y hasta de viaje de ida y vuelta. Sienten que no se irán del todo. Que serán recordados, o respetados al menos, así como sus buenos hechos y sus palabras bien dichas. Conscientemente y en paz. Y sin milongas.
     
 

viernes, 14 de marzo de 2014

Diario (29)

14 de marzo 2014.

   El fin de semana pasado fuimos a Murcia. Primer día de solazo del año; los frutales ya estaban floreciendo y el espectáculo desde el tren era espléndido, fértil a más no poder. Nos habían puesto un documental sobre Sorolla, el genio de toda esa luz mediterránea, y una película de Niki Lauda antes para que aprendiésemos a apreciar ese paisaje rutilante a todo trapo. No faltó nada, ni la típica familia flamenca dando la murga a todo el vagón con sus arranques de lereles y alaridos. Sin haber intercambiado una sola palabra con ellos sé, entre otras cosas, que habían firmado un contrato en Getafe y que tocarían en el programa de María Teresa Campos. Los ayes eran comprensibles después de todo.

     No diré que Murcia (capital) me impresionase especialmente como ciudad. Me pareció que estaba un poco descuidada, y aunque tenía rincones magníficos, pequeñas plazas sobre todo, en general no deslumbraba tanto como sus huertos. Olía a gloria, eso sí, o al menos las calles por las que nos llevaron Cristina y Héctor. A comida recién hecha y muy sabrosa, para ponerse a salivar ahí como un chucho de Pavlov, o a azahar en los árboles también. Supongo que hay ciudades que impresionan a la vista y otras al olfato. Que hechicen al oído todavía no he conocido ninguna - quizá Venecia con sus barcarolas y tal, aunque el continuo tráfago de turistas fagocitando lo que pillen no ayuda precisamente en la sinfonía, y en cuanto a olor en fin... las ganas de cambiar de canal te siguen a todas partes. Pero vamos, que Murcia es sobre todo una ciudad de aromas, muy terrenal, o eso me pareció en las escasas veinticuatro horas que pasamos allí. Nada que ver con Venecia, ni falta que le hace.

   Mañana vamos a Huesca con Inma y Tito. A Fraga, que con esa sonoridad en el topónimo espero que tenga una gastronomía cojonuda para compensar, o vistas a aquel edén. El sitio donde se crió mi padre, en Galicia, estaba a un paso de Villalba, la localidad donde había nacido el político anteriormente conocido como don Manuel, y allí, salvo el pueblo, todo se llamaba Fraga: calles, plazas, colegios, biblioteca, mercado... Menos mal que no era muy grande, porque si no podría haberse armado un pitote como el de Mongolia cuando eliminaron el segundo apellido por decreto. "¿La Calle Fraga, por favor?". "¿Iribarne o Manuel? Porque hay muchas rapaz...". Desde luego no era un lugar con demasiado gusto, ni tacto tampoco. Y la especialidad era el nabo... Yo siempre pensé que deberían haberse dejado de recatos y pijadas y denominar así a todo el partido municipal: Villalba del Fraga. Como el Ferrol con el caudillo.

   No logro entender esa manía que tienen los fascistas de ponerle su nombre a todo, pero es un hecho que les hincha, les hace gracia. Tienen una viciosa afición por las ex culturas, ya sean las de las razas aria, íbera o jemer, y también por las esculturas. Les ponen, y más cuanto más imponentes sean. Son como grafiteros de corbata que quieren dejar su firma en todas partes, con estilográfica en lugar de spray. Que todo el mundo sepa que son los reyes de la calle. Cada vez que algo se inaugura con su nombre o rubrican un acuerdo histórico están radiantes. Se les ve. Dan espaldarazos a diestro y siniestro y se ríen sin cesar, o abrazan a los espontáneos que se acercan. No construyen esas moles de ladrillo inservibles por megalomanía: es pura ilusión. Solo por poner una placa más en la que figuren. Es como un concurso entre todos, y el que más se repita, gana. El premio son lugares sin ningún sentido.

jueves, 13 de marzo de 2014

"Canción de los subversivos alcoyanos", un poema de Félix de Azúa.

Olvídate del mal y la derrota
ya no eres hez ni barro
eres humano, más que humano
eres republicano
y federal.

Eres un libertario, un insurrecto
con diez o doce de tus compatriotas
combatiendo a las botas con las botas,
muriendo sin espuelas
faltos de munición.

La rosa es sin por qué
no quiere ser mirada,
por eso también las escopetas
quieren ser disparadas
sin pensárselo más.

Has conspirado, odiado y atentado
con los bolsillos repletos de panfletos
¡oh hermano adolescente!
que no surja un soneto jamás de esa tu frente
ni del sufragio universal.

Que nunca el mamarracho literario
pringue con sus merengues
la gloriosa corneta de las insurrecciones
los anónimos cuerpos que aplasta la reacción
sin remisión.

Haz como el compañero Matías de Laserna
tu hermano leridano
tipógrafo que fue de "La Moderna",
y al morir fusilado
contra la tapia de cualquier cementerio
en una playa o entre la maleza,
grita al caer:

¡Abajo los tres reinos de la naturaleza!
¡Viva el perder!

   (Félix de Azúa en "Joven poesía española", ed. Cátedra, 1985, pp. 160-161)

jueves, 6 de marzo de 2014

Diario (28)

7 de marzo, 2014.

   Ayer se confirmó la muerte de Panero, Leopoldo María. El enfant fatale. Un poeta, a mi entender, un tanto irregular en sus trabajos, aunque inmenso cuando estaba en vena. Un auténtico fenómeno.

   Hace ya unos cuantos años leí un artículo sobre él en una revista literaria, una de esas que se hacen con mucha ilusión y pocos medios, y también - creo - de corta vida. Habían conseguido un permiso para entrevistarle, y narraban la peripecia. Fueron a por él al manicomio, no sé si al de Mondragón o a otro, y explicaban que, antes de dejarles la custodia, porque estaba condicionada, el psiquiatra les advirtió: "No le llevéis a San Sebastián". Muy seriamente por lo visto, aunque tengo que para mí que eso viene de serie con el trabajo. Hay casos en los que es la profesión la que va por dentro, o el procesamiento incluso. De todo en la viña del Señor. El caso es que montaron en el coche y después de unos minutos de presentaciones y tal le preguntaron que adónde quería ir. "A San Sebastián...", les dijo. Menudo miedo. Le explicaron que no podía ser, que se lo habían prohibido, y entonces me parece que eligió un pub que había por ahí en cualquier otro sitio. No recuerdo. Charlaron un rato, tomándose un par de copas, y poco a poco a los chavales empezó a entrarles mucho sueño. Se estaban yendo pero bien, y de hecho al final se quedaron como morsas amorosas, fritos en el sofá del garito, o al menos eso relataban. Sospechaban que alguien les había echado droja en la cocacola, o quizá era una excusa para calmar al psiquiatra de amarras, porque el hecho es que Panero desapareció hasta que lo cazaron varios días después armándola muy gorda en San Sebastián. No había entrevista en la publicación... ni falta que hacía. Yo creo que ya estaba bastante clara la poética del tío y sus técnicas, y lo que pensaba de la literatura contemporánea y de la vida en general. El suyo era un caso de extraña coherencia; había que buscarla un poco con lupa, sí, pero coherencia después de todo: entre lo que decía y lo que hacía, entre lo que sentía y lo que escribía. Algo muy poco común. Acostumbrados al embuste sistemático en todos los medios y lugares es algo que distorsiona, que puede perfectamente confundirse con algún tipo de enajenación grave, y que a lo mejor hasta lo es. Pero yo me quedo con algo que dijo una vez en la tele: "Todos vosotros estáis locos también...", así entre sus tics habituales y con una especie de sonrisa maliciosa. Con dos cojones. Nadie tuvo narices para negarlo.    

Diario (27)

6 de marzo, 2014.

   Leo que hay varias universidades, entre otras la de Salamanca y la Complutense, peleándose por los servicios de "El Juli". Además de matador es experto en cultura taurina, así que si alguien quiere saber lo que es un burladero o cómo le dio Teseo la puntilla al Minotauro ya sabe dónde debe acudir. Sabíamos, porque nos lo habían repetido hasta la saciedad, que la ley de la oferta y la demanda aumentaría la cantidad y calidad de los programas de la tele, aunque poco sospechábamos que lo iba a hacer también con los académicos. Al contrario que la de Murphy es ésta una ley que todo lo mejora, con la ventaja además de que se autorregula y hasta te puede tocar un auto de regalo, o una Pepona. Todo beneficios, sí señor, claro que las reformas son todavía sólo embrionarias o antiabortistas y hay que ahondar más en ellas como muy bien señalan los tertulianos. Creo que un buen reality: "Mira quién enseña", con diestros haciendo lecturas críticas de "Ifigenia en Táuride", estaría bien para abrir boca, o "La metafísica es así", con futbolistas explicando las concomitancias y los divorcios de sus modelos. Únicamente tendrían que sustituir el anglicismo de "el Míster" por el de "el Ser", y listos todos. Lloverían euros en los campus.

   Contaba Montaigne en uno de sus ensayos, más o menos, que el mayor valor de la filosofía, y por extensión del conocimiento, era poner en evidencia nuestra ignorancia, conseguir que la tuviésemos siempre presente. Aunque no como un espectáculo o algo de lo que rodearse y en lo que regodearse, claro, sino más bien como una especie de medicina preventiva; para no cagarla demasiado, vamos, que es como una tendencia viciosa que tenemos, y actuar con un mínimo de juicio y hasta de juicios si se puede. No olvidar nunca que somos idiotas peligrosos en suma. Los que de manera constante joden con la religión del progreso olvidan esta reflexión tan importante. Y no sólo la olvidan, sino que la menosprecian. Piensan en el importe de los asuntos, no en la importancia, y asumen que la victoria es el único vector relevante en todo este juego de fuerzas que interactúan. La función fundamental de la llamada cultura, si es que alguna tiene, no es generar más ingresos, sino saber vivir mejor. Si no con un amor cierto al menos con cierta armonía, sin andar a hostia limpia y destrozándolo todo. "Hacer bien las cosas importa más que hacerlas", escribió Machado, y ése es el meollo: no consiste en conquistar sin medida, ni siquiera en optimizar costes y medios, sino sencillamente en dejar de ser unos cabrones codiciosos y buscarse otra afición y otro propósito. Así de fácil. Y en ese sentido las lecciones que pueda dar un torturador vocacional de animales me entran por las orejas y me salen por el rabo. Esa clase de maestros son los que sobran, y no los interinos.