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miércoles, 2 de abril de 2014

Diario (32)

2 de abril, 2014.

   Venía a decir Platón, más o menos, que el aprendizaje es recordar aquello que el alma ya sabe pero ha olvidado. Un poco como el escultor que afirmaba no haber hecho la estatua, sino sólo quitar la piedra sobrante del bloque inicial. Que en el pasado (o la eternidad) están las respuestas o ideas como adormecidas, flotando en una especie de limbo, y que hay que despertarlas, rescatar su visión latente en nuestro espíritu más que en nuestros pobres sentidos, que de bien poco sirven. Algo así como lo que hoy ha dado en llamarse memoria histórica, pero más elevado, celeste incluso... Así que lo que venía a decir Platón, más o menos, es que si queremos dejar de ser unos putos ignorantes debemos tenerla presente, o al menos intentarlo, porque de lo contrario no hay nada que rascar. Sólo sombras proyectadas en una caverna. Tenebrosas tertulias de la tele llenas de oscuros fantasmas aulladores.

   No es extraño que el deporte intelectual favorito de cualquier fascista de pro sea falsificar el pasado, borrar las huellas que conducen a su conocimiento. Saben aquello de que la verdad os hará libres, y lo aplican al revés. Negando, adulterando, sacándose mitos y flautas de la chistera... Total, como ya no queda nadie que estuviese allí, ¿quién va a atreverse a negarlo ahora? A veces se escuchan versiones que parecen sacadas de una opereta. Como si la sociedad de entonces hubiese sido una especie de guiñol de cachiporra con el príncipe, la princesa y el villano. Cierto que los seres humanos no destacamos precisamente por nuestra inteligencia y buen hacer, y que en masa ya somos delirantes, pero de ahí a creerse según qué cuentos de hadas hay un abismo. Países enteros que parecían hipnotizados o no sé... gilipollas perdidos. No es razonable ni de lejos. Pero el hecho es que se invierte tiempo y esfuerzo en conseguirlo. Igual que se desvirtúa la actualidad se hace también con la historia, y tampoco es casual ni inocente. Al pensar en cuál es la justificación de las leyes que nos rigen, de nuestro sistema de gobierno o incluso de nuestra constitución como pueblo hay que mirar inevitablemente hacia atrás, a las raíces y los acontecimientos que nos trajeron hasta aquí. Y descubrir de pronto que todos esos supuestos movimientos intrahistóricos que configuran en gran medida nuestra identidad no son exactos, o que son incluso embustes flagrantes, podría tener consecuencias devastadoras en eso que se llama la conciencia colectiva. Sería como salir de muchos siglos de cueva a un sol brillante. Nadie entendería para qué leches sirven un ministro o un rey, o, mejor dicho, lo entenderían demasiado bien. De modo que la idea, por supuesto platónica en el peor sentido, es que sigamos mirando hacia el futuro, así lo dicen. Borrar todo rastro de nuestra alma y nuestra esencia verdaderas.





 

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