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viernes, 22 de marzo de 2013

Mis tiranos favoritos (17).

     SALOTH SAR

     Ya han llegado las privatizaciones. En el 2006 la compañía japonesa JC Royal adquirió por treinta años la propiedad de Choeung Ek - un campo de exterminio, con todas sus calaveradas y tibias frías - para engatusar con el horror a los turistas, que saben que les gusta. A unos doce kilómetros, junto a Tuol Sleng - un centro de interrogatorios, por llamarlos de algún modo - había hasta no hace mucho una cantina en la que camareras vestidas con un sobrio pijama negro servían la no menos sobria "agua de arroz" típica de aquellas circunstancias, a precio de paella para guiris seguramente. Tuvo que cerrar porque los supervivientes protestaron. Eran muy pocos pero gritaban como posesos. Luego en la zona de Along Veng, que vio arder su cadáver, las autoridades presentaron un proyecto para construir un hotel-casino y un museo dedicado a su persona, donde no sé qué tendrían pensado exhibir aparte de unas sandalias medio pochas, que era casi lo único que tenía cuando infartó o lo que fuese. Y para colmo, en 2007, un tenor mielódico inglés ganó el concurso televisivo Britain's Got Talent plagiando descaradamente su nombre artístico: Paul Potts, consciente de que ningún maoísta camboyano iba a reclamarle derechos de autor, ni ningún otro derecho en realidad como le oyesen bramar sobre amor unos segundos.

     A finales de los años sesenta la Casa Blanca decidió bombardear Camboya sin que se notase. Kissinger, que no recibiría el Nobel de la Paz hasta cuatro años después, por lo que aún no tenía ningún motivo para andarse con pijadas jipis, se lo comunicó así al general Alexander Haig: "Él [Nixon] quiere un masivo bombardeo de Camboya. Él no quiere que se oiga nada". Algún oficial mascachicle debió de hacerse la picha un lío - aunque las instrucciones se las traían, cierto - y en vez de "con discreción" ordenó "a discreción", porque al final lo que se hizo fue pulverizar todos los récords de lanzamiento de explosivos y hasta la última aldea de paso. Seis mil kilos por kilómetro cuadrado se arrojaron: de napalm, de artefactos racimo, de agente naranja... más que en la Segunda Guerra Mundial. O sea que sí se oyó el estruendo, los hubo que hasta se quedaron sordos. Menuda se montó. Los EEUU trataron de disimular el desaguisado. Kissinger aseguró incluso que se estaba bombardeando Vietnam del Norte dentro de Camboya. Claro que no coló. De Paz sabría mucho, pero de geografía ni puta idea. Lo que pasaba, claro, es que se ponían así de gallos porque entonces tenían un gobierno títere en la zona, tanto que hasta el nombre del presidente era un palíndromo: Lon Nol. Parecía una marioneta de verdad. Con plenos poderes, eso sí, entregaba a sus soldados camisetas bendecidas y subvencionaba tatuajes religiosos que protegían de las balas. Happy hour de tatuajes budistas y niquis santos para que no se note el fregado. Ése era el plan, sencillo. Pero no sé... quizá algunos deberían haber pensado un poquito mejor las cosas. Con calma, en un monasterio de esos con gong para llamar al lama, que los tenían a patadas. No digo quedarse allí de margaritos proyectándose, sólo pasarse una tarde en una estancia silenciosa con vistas a la selva tratando de alcanzar el trance. Tal vez de ese modo se habrían percatado de la que se había montado entre los pepinazos. Se estaban haciendo fuertes unos elementos a los que conocían como los jemeres rojos nada menos. Vamos... ¿no era ya para sospechar? Si le preguntas a alguien a qué se dedica y te dice algo semejante... ¿no te rascas detrás de la oreja? Porque antes de las descargas no eran muchos, apenas cuatro mil, y perdidos entre los matorrales. Pero vuélale al personal su chabolo de palo y los tres cerditos y verás qué mosqueo de pekinés se pillan. Te borran el tercer ojo a mordiscos si hace falta. Así que, de pronto, había mesnadas de mendas en traje regional y con AKs-47 saliendo hasta de las macetas de la jungla. Avanzando hacia la capital con muchas y muy malas purgas y el culo pelado de los fogonazos. Querían volver a los tiempos de Juana la loca como poco, al esplendor remoto, y por la vía rápida. Hacer un flash back así de sopetón y comenzar todos el "año cero"... ¿Te gusta o no?

     Pol Pot era el que tenía la voz más cantante aquí, el campeón de Kampuchean's Got Talent. Aunque él se sentía más como un Gran Hermano, y así aproximadamente se hacía llamar. Su plan era también sencillo: arrozales, a saco. Triplicar la producción de grano, y con el excedente hacer acero. Chanclas con los neumáticos, la irrigación a ojo, economizar en sanidad declarando las enfermedades ajenas imaginarias, vaciar las ciudades... Y sobre todo no comerse el coco, ni los pollos, ni ná. No estaba permitido matar verracos por ejemplo; pero bellacos a bloque, sin límite. Recalcitrantes, gafotas, subhumanos, gente contaminada por el transistor, refractarios al régimen o a la dieta... lo que cayese, ¡hasta dos millones! Ahogándolos con una bolsa para ahorrar además, o zurrándoles en la nuca con el azadón arrocero para repasarles después el gañote a cuchillo, que no estaban los tiempos para malgastar munición. Y es que lo que a Saloth le gustaba era ese tipo de vida tan campechana y kampucheana. ¿Qué podía haber más sano que el mundo rural para limpiar la mente y depurar bien? Todos ahí sudando huesudos o chorreando de humedad monzónica; pirándose de las culebras, la avitaminosis y los "microbios vietnamitas" y sin más ocio que esa intensa emoción patriótica por recobrar la antigua gloria de Angkor, el reino en ruinas. Lo extraño es que nadie se hubiese pispado antes de algo tan obvio y definitivo, fulminante. Tuvo que ser él. No en vano había estudiado electricidad en París gracias a un enchufe, conocía el percal de intelectuales y científicos y sabía que eran todos unos bandarras intoxicados sin remedio, buenos sólo para abonar. No gente tocada por el genio, ni tan siquiera capaz de vislumbrar mínimamente el próspero legado que sin duda él dejaría. Aunque quizá no a quienes pensaba, también es verdad.

   

   

   



   
   

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