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miércoles, 13 de marzo de 2013

Mis tiranos favoritos (16).

     ELENA CEAUCESCU

     Como comunista ejemplar que era demostró que tener un currículum académico como para enmarcarlo no está condicionado por las clases; que en realidad ni siquiera es necesario asistir a ellas para lograrlo si tu marido es el que corta el bacalao en el partido. Pasó de primaria a ingeniera en dos años, un salto evolutivo que ni el del sapo hasta el homo sapiens, y poco después, sin despeinarse ni mancarse con la manicura, defendió una tesis de título así como anestésico: La polimerización estereoespecífica del isopreno en la estabilización de los cauchos sintéticos, cuando en realidad no sabía ni leer correctamente las fórmulas químicas (al CO2 le llamaba "codós" por ejemplo, "codoi" en rumano, que significa "cola" - y también toneladas de chistes malintencionados). En su defensa es justo decir que no debió de resultar nada fácil. Menudo recado ponerse allí delante de la eminencia de turno con ese tocho infernal lleno de flechitas y octógonos bailongos y letras inconexas; con un texto explicativo, sí, pero ni con esas. Era bastante peor que montar un sofá del IKEA. De hecho falló en la primera intentona. Le salió uno de esos probos tozudos con gafas de culo de vaso que no estaba por la labor de aprobarla. El típico con mucho piquito en la materia. Quizá no había caído en la cuenta de que Elena sí sabía resolver ese tipo de problemas; los de especificar polímeros no, de acuerdo, pero ésos hasta con una venda en los ojos. Sólo con su particular tacto. Hizo que degradasen al moscón, que se le prohibiese publicar y se retirase su nombre del diccionario... y ya fue suficiente. El nuevo rector no tuvo la menor duda sobre su poderoso genio.

     Desde entonces fue ascendida a sabia oficial del socialismo nacional. Honorable doctora, personalidad eminente de la ciencia, bendita mujer inventiva, de los cielos la estrella más brillante vestida a la moda rumana, ¡símbolo eterno!...  Pasaron de escribirle los artículos a repetir epítetos como si les hubiese dado algo. Se hicieron incluso gestiones para que fuese galardonada con el Premio Nobel, en distintas candidaturas. Pero en Estocolmo se hacían bastante los suecos, no acababan de verlo tan claro. Ni siquiera su nueva aportación: una terapia anticancerosa con extractos de ajo. Se ve que no les convencía el olor. "También tengo de pino recién plantado". "¡Nör!". Le concedieron un buen puñado de honoris causa de consolación, eso sí, claro que todo el mundo sabe que ésos se los dan a cualquier espontáneo, si traes unas birras y el birrete no hay más que hablar: arrímate a la tarima. Le pasaba igual que a la sidra, que en cuanto cruza el Pajares se pudre, sólo que a ella con los Cárpatos y sus carpetas. Fuera de los dominios como que no se comía demasiado con el raciocinio. Y en ellos la población raciones de doscientos gramos al día.

     Era un poco vieja del visillo también. Igual que le podía la curiosidad científica le ponía el cotilleo, despejar incógnitas de todo pelaje. Cada viernes por la mañana recibía al general Pacepa, su gárgola amaestrada, que tan pronto pinchaba un teléfono como hacía de paparazzi mimetizado con el entorno o lo que se terciase. Así se enteró por ejemplo de que a una joven actriz llamada Violeta le gustaban los jóvenes atléticos. Bueno, desde el punto de vista de la química era un descubrimiento elemental en el peor sentido, aunque teniendo en cuenta que se trataba de la esposa del jefe de la diplomacia rumana bastó para desgastarle y poner a alguien más de su gusto. "¡Mira esa pícara!", le dijo al general sonriendo al oír los gemidos. Le entusiasmaba grabar cópulas clandestinas de la gente que estaba en la cúpula, hasta ese punto llegaba su afán investigador.  En realidad dedicaba más tiempo a las indecencias que a la docencia. Horas y horas de labor digamos meticulosa, que no siempre daban los frutos deseados, como cuando la esposa de un ministro no sólo se mantenía fiel a su marido, sino también al de la propia Elena, el Presidente. "El hecho de que pretenda ser la Vírgen María me pone enferma", bramaba, y le advirtió a Pacepa: "Tiene tres meses para arremangarle las faldas. Tres meses, durante los cuales quiero que se la grabe, se la fotografíe y se la filme. La quiero ver desnuda debajo de uno de sus hombres. Verla menear su precioso trasero hasta alcanzar el orgasmo". Hay que admitir que suena más ameno que sus estudios. Como es lógico también espiaba al novio de su hija Zoia, un periodista que andaba por ahí nada menos que en vaqueros - algo repugnante en su cualificada opinón - y al que hizo desaparecer; o mandaba elaborar si no expedientes sobre mujeres más internacionales y célebres, como Indira Gandhi, Golda Meir o la esposa de Jimmy Carter, con la que tenía un pique por un visón y a la que llamaba Señora Cacahuete. Un trabajo abrumador el suyo, sin descanso y en todos los campos, hasta en los de fútbol. En uno tuvo en cierta ocasión un debate de altura con la esposa del principal opositor a su marido Nicolás, aunque por el modo en que se expresaban parecía más una disputa y tú más. Allí estaban las dos en la tribuna soltándose de todo y a un tris de agarrase de los pelos. Los jugadores ya no sabían si seguir dándole a la bola o pasar, porque a decir verdad el público estaba pendiente del encontronazo atroz y no del encuentro. Fue más que notable, de matrícula de honor. Como para haberles enviado los vídeos de todo a los de la Academia Sueca.

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