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martes, 3 de diciembre de 2013

Diario (3)

3 de diciembre, 2013.

   No seré yo quien ponga en duda la generosidad de los valencianos. Durante todo el fin de semana no pararon de hacerle regalos a Ana, y el sábado, incluso, el propietario de Chez Lyon nos invitó a comer allí, ¡a seis personas! Y menudo menú: todo delicatessen, virguerías de alta cocina y en abundancia. Entre los entrantes había unos chorizos de ciervo que eran como para empezar una berrea allí mismo de lo buenos que estaban. Era hasta abrumador todo; daba la sensación de que de un momento a otro iba a entrar el sastre de Camps con uno de sus surtidos de trajes y corbatas sin cobrar para ponerse a repartirlos. O a tirar del hilo: "¿Quién quiere tomar medidas? Aquí traigo la cinta...". Algo impresionante.

   Javier hizo de cicerone durante la visita. Como prometió nuestro primer destino fue ir a ver el mar, desde un café de Alboraya. Allí picamos algo, que estábamos esfamiaos - habíamos salido de Madrid casi sin comer - y después directos al recital, en Xirivella. Muy emotivo: una concejala del Partido Popular se echó a llorar y todo en la tarima. Para rematar se vendieron la mayoría de los libros, hasta el punto de que el último día ya no quedaban y hubo gente que no pudo comprarlo. No era, claro está, una cifra astronómica, aunque tratándose de poesía casi que sí. El editor le dijo a Ana por teléfono que era la primera vez que le ocurría algo semejante, y al parecer era el número máximo de ejemplares que podía mandar la distribuidora de una sola vez. Están teniendo tantos pedidos que, por lo pronto, han limitado los envíos a esa cantidad. La obra ha gustado mucho y se nota.

   Se publican muy buenos libros de poesía en la actualidad, pero yo diría que éste responde a una necesidad muy específica y muy latente: rescatar tesoros interiores. Creo que es en buena medida su secreto, aparte de que los poemas de Ana son muy accesibles, no son esos mapas complejos en los que uno se pierde y puede acabar perfectamente en Mongolia. Los tiempos están para ello, casi para coger un detector de metales y ponerse a pañar ferralla vamos, y redescubrir algo que tanto se empeñan en arrebatarnos, con belleza y solidez, con humildad también, es una cosa que no solo gusta, sino que interesa. Cualquier persona, habitual o no de los versos, puede encontrar allí una guía directa a lo que importa, a lo cercano y lo arcano de su personal camino, que es algo más valioso que los lingotes y hasta que los lingotazos. Es la vida en toda la extensión de la palabra, labrada día a día y pese a todo. La vida que verdaderamente merece ese nombre y no las identidades que nos tienden como una colada sucia.

 

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