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miércoles, 1 de octubre de 2014

Diario (67)

1 de octubre, 2014.

   Derriban una estatua de Jordi Pujol. Bueno, la simbología está clara. Nada como derribar estatuas de los gobernantes caídos en desgracia - o del pedestal, vale - para vejar su labor y su memoria y hacer desaparecer definitivamente su rastro. Es ya un clásico. En su libro sobre el Sha de Persia, Ryszard Kapuscinski registraba la existencia de auténticos derribamonumentos allí. Profesionales de verdad quiero decir, con décadas de experiencia y que hasta habían mamado la profesión o lo que sea de sus padres. Algunos se quejaban, recuerdo, de lo mal que se habían tirado muchas de las estatuas durante la revolución islámica. "Las dejaban caer directamente sobre sus cabezas", protestaba un señor indignado por la alegría con que se habían hecho las cosas, así al azar y sin oficio. Pero bueno, yo creo que la de Jordi ha caído moderadamente bien. Se ve que hay ganas, afición incipiente. No aplastó a nadie que se sepa, y por lo que contaban no va a ser fácil repararla, si es que al final se hace. O sea que sin problemas. Faltó, si acaso, un punto de solemnidad, la rúbrica de masas vociferantes y tal. Tirar al Pujol cantando L'estaca habría sido como mínimo más divertido. Claro que no se puede pedir todo; después de muchísimos años tolerando toda la desvergüenza tolerable, y más, en este país estamos desentrenados, nos falta todavía algo de pericia y decisión para según qué cosas. Habrá que seguir trabajando.

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