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viernes, 15 de febrero de 2013

Mis tiranos favoritos (13).

     SADDAM HUSSEIN

     El año en que vino al mundo, 1939, a los niños más pobres de esa zona se les asignaba siempre el mismo día de nacimiento: el 1 de julio - para optimizar recursos como se dice ahora. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que pudo celebrar su propio cumpleaños, aunque lo cierto es que le robó la fecha a un tal Adbul Karim al-Shaijly cuando ya repartía la tarta, y según se murmura también le rompieron la piñata. Su madre era vidente. Le venían a la chola fogonazos del futuro frotando conchas, y durante el embarazo trató de arrojarse a las ruedas de un autobús gritando: "¡Voy a dar a luz al diablo!". Así... Su padre no, no era evidente. En general se le atribuye la fechoría a un tal Hussein al-Majid, claro que la historia es un poco como un culebrón venenoso, y aún se sigue especulando sobre su posible identidad, con más candidatos que en un casting para sacar los talentos. Dos hicieron las funciones: un marido-primo de su madre que le azotaba con un palo rebozado en petróleo y le despertaba a patadas voceando hijo de puta, y su tío Jairallah, que había estado en prisión por nazi. Fue éste el que ejerció mayor influencia, aunque decantarse debió de resultar difícil. No obstante, ya en el poder, Saddam ordenó publicar su libro como agradecimiento: "Tres cosas que Dios no debería haber creado: los persas, los judíos y las moscas". Un título muy juicioso en realidad, te ahorras la sinopsis y hasta las sinapsis.

     Dos décadas después, en 1959, estaba ya en los listos del partido Baas. Se había ganado cierta reputación de ganso, de bandarra diligente y dirigente, y puesto que la mayoría de los afiliados de entonces eran intelectuales de clase media, o sea, poco decididos y con opiniones dispares en lo tocante a disparar, andaban necesitados de gente con sus habilidades para descollar un poco y hasta descuellar mucho si hacía falta. Un gorila golpista. Su buena acción de ese año, y la primera de verdad sonada en su currículum, fue una emboscada contra el general-presidente Qassim, que tenía peligrosos coqueteos con los comunistas. Para entrar en los anales de los atentados, porque salió como el culo. Mataron al chófer, no a Qassim, y eso que gastaron pólvora como para volar Babilonia entera. Pero fatal: ráfagas farragosas, terroristas ametrallándose entre sí y disparates a lo bestia, que diría un argentino. Fue una cagada sangrienta. De hecho a Saddam le alcanzó un compinche, el sempiterno "fuego amigo". No tuvo que lamentar daños colaterales esta vez, aunque laterales sí: le hirieron en una pierna. Se largó cojeando y chorreando, igual que si fuese pitanza para vampiros, ahí tirando del pie como zopo y sus esperanzas en un pozo - que además en la zona los tenían como para exportar crudos. Aunque viéndolo ahora así fue como comenzó a ganar respaldos y a subir peldaños desde la base baasí. También a socializar con la cía.

     Dos décadas después, en 1979, fue nombrado Presidente de la República, aparte de Presidente del Consejo del Mando Revolucionario, Secretario General del Mando Regional del partido Baas, Primer Ministro y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Para tener una tarjeta de visita vistosa. El Presidente anterior y uno de sus mayores mentores, Bakr, fue obligado a dimitir alegando problemas de salud (muy previsibles por otro lado si no lo hacía). Poco antes su hijo Haytham había soltado unos cuantos balazos al aire en el despacho de Hussein gritándole traidor, pero se ve que no sirvió - tal vez debería haber atinado un poco más con los tiros, orientarlos. Hubo otras protestas. Uno de sus hombres más cercanos, Muhie Abdul Hussein Mashhadi, tuvo la descabellada idea de solicitar una votación. No mucho tiempo después se encontraba en una habitación con su familia, y se le ofreció escoger entre asistir a la violación de sus hijas y esposa y ser ejecutado bajo el cargo de espía israelí o bien colaborar sin alborotos. No le dieron papeletas, y el boleto aún tardaron unos días, o sea que debió de hacerla amordazado y a mano alzada la votación dichosa. Pero elegir eligió. Cinco días más tarde Saddam organizó la primera purga filmada de la historia. Puede que no tengan las mejores bibliotecas del mundo ni un equipo de fútbol virguero, aunque para ver un reality show contundente lo más directo es teclear Iraq: pura casquería. Salía él con traje de sastre y jeta seria, en plan árabe bravo, y fumándose un habano de los buenos en el centro de conferencias Al-Khuld, donde había ordenado reunir a todos los gerifaltes y delegados del partido. El humo del tabaco le tapaba casi el rostro, parecía una aparición. Entonces un menda llamado Taha Yassin Ramadan anuncia al auditorio el descubrimiento de un plan cruel y atroz: se trata de la introducción. El nudo es que los implicados están allí, en esa misma sala, y el desenlace que se lo van a enlazar a todos otra vez el nudo, pero al cuello y con un lastre. Algo por el estilo. Sale a la palestra el que quería votar, ya botando sin freno por dentro y medio cacareando en el careo, y delata hasta al apuntador siempre que no sea de los que apuntan con armas. Es como un bingo de venganzas, según se canta el nombre del degraciado agraciado salen dos guardias y se lo llevan a por el premio gordo. A sesenta y seis les tocó, por atreverse a ir más allá de la línea. El resto, luego, se ponen a sollozar el canguelo reprimido transformado en súbito subidón y a dar vítores - no sé si llamarlos espontáneos - al líder indiscutible. Saddam se conmueve, saca un pañuelo y se pone a enjugar sus pucheros de nuevo pachá, mientras con la otra mano sujeta el puro que aún le queda después del que les acaba de meter a los intrigantes. El resto del metraje son las ejecuciones, a las que se denominó democráticas porque todos participaron. Él puso el orden para disparar y las pipas. Muchos dirigentes se esfuerzan cada día por conseguirlo, pero hasta hoy ninguno ha logrado llegar a un nivel de televíscera como el que se alcanzó durante el gobierno de Saddam, las cosas como son. La programación era todo un excremento de guerras y escarmientos, con un tipo difícil de calificar cantando antes de las noticias - con un fondo pirotécnico: " Oh, Saddam, contigo / todo es bueno... / Alá, Alá, somos felices; / Saddam alumbra nuestros días...". Los de aquí no son más que vulgares imitadores; unos finolis al final, que se alteran si unos pollos tienen gripe o si patina para caer el patriarca. Porque sinceramente... ¿quién les ha conseguido las mayores audiencias de telediario en las últimas décadas?... Así de sencillo. Deberían ponerle su nombre a una asignatura de Periodismo.






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