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lunes, 9 de junio de 2014

Diario (52)

9 de junio, 2014.

   Leyendo "Archipiélago gulag", de Aleksandr Solzhenitsyn. Básicamente un ensayo-libro de recuerdos que escribió sobre las abominaciones arbitrarias de Stalin, que fueron numerosas y que el autor sufrió en su propia carne.  Es un libro crudo, espantoso por lo que narra - desde las grandes deportaciones a las torturas cotidianas descritas con detalle - pero con auténticos filones de belleza también y reflexiones de altura. Trasciende la mera crónica de los horrores y hasta el esfuerzo por rescatar la verdadera intrahistoria, más allá de los ampulosos movimientos de ajedrez político, de una época oscura - insistentemente silenciada entonces, y hoy remozada hasta la saciedad, incluso en horario infantil - y se mete en descubrimientos líricos, universales y de una refrescante sensatez a pesar de los lógicos arranques contra el régimen, que después de todo le había jodido la vida, y mucho. Solzhenitsyn fue un comunista practicante, un diamante de la primera generación soviética que llegó incluso a alcanzar el grado de capitán del ejército rojo en primera línea de combate. Con una carrera más que prometedora, sus dudas sobre el rumbo que estaba tomando la revolución, expresadas en diversas cartas privadas a un amigo y sus bitácoras de escritor a lápiz, le valieron la expulsión deshonrosa y un pasaporte automático a prisión, donde además del menú típico y de tipos llegó a conocer profundamente los entresijos del temido "artículo 58", por el que hasta Epi y Blas habrían resultado culpables de terrorismo y alta traición, y de un código penal que, en realidad, nadie había visto nunca; que él mismo no pudo tener en sus manos hasta que muchos años después, ya derogado, encontró un viejo ejemplar en un tenderete con volúmenes casi descompuestos. Con todos estos ingredientes, y muchos otros - la peripecia de los "vlasovistas" no tiene desperdicio, o su relato de cómo cuarenta y cinco mil cosacos fueron cínicamente desarmados y luego masacrados por el ejército británico para complacer a sus aliados de la U.R.S.S, etc. - reconstruye con paciencia y excelente oficio (en 1970 recibiría el Premio Nobel por el conjunto de su obra) lo que él llama las riadas que acabarían formando ese particular y terrorífico archipiélago. En sus propias palabras:

   "Como es natural, los que accionaban la manivela de esa picadora de carne en 1937, por ejemplo, ya no son jóvenes, tendrán de cincuenta a ochenta años. Han pasado la mejor época de su vida y no han conocido la pobreza, sino la abundancia y la comodidad. Por eso ya no se les puede aplicar un desquite equivalente, ya es demasiado tarde. Pero seamos magnánimos, está bien, no los fusilemos, no los atiborremos de agua salada, no los cubramos de piojos, no los embridemos con "la golondrina", no los tengamos de pie toda una semana sin dormir, no los golpeemos con las botas ni con porras de goma, no les oprimamos el cráneo con un aro de hierro, no los empotremos en una celda como si fueran maletas unas encima de otras, ¡no hagamos nada de lo que hicieron ellos! ¡Pero ante nuestro país y ante nuestros hijos tengamos la obligación de encontrarlos y juzgarlos a todos! Juzguemos no tanto a ellos como a sus crímenes. Logremos que cada uno de ellos diga por lo menos en voz alta:

- Sí, soy un verdugo y un asesino.

   Y si esto se pronuncia en nuestro país tan sólo un cuarto de millón de veces (para no estar por debajo, en proporción con Alemania Occidental), ¿no sería ya bastante? 

   En pleno siglo XX no podemos seguir ya durante decenios sin distinguir entre atrocidades juzgables ante un tribunal y un "pasado" que no conviene "remover".

   ¡Debemos condenar públicamente la idea misma de que unos hombres puedan ejercer la violencia contra otros! Cuando silenciamos el vicio metiéndolo en el cuerpo para que no asome al exterior, lo estamos sembrando y acabará por brotar miles de veces más en el futuro. Si no castigamos, si ni siquiera censuramos a quien cometió el mal, estamos haciendo algo más que velar la vejez de un miserable, estamos privando a las nuevas generaciones de todo fundamento de justicia. Así crecen los "indiferentes", y no por culpa de una "débil labor educativa". Los jóvenes asimilan que la vileza nunca se castiga en la tierra, y que, al contrario, siempre aporta bienestar.

   ¡Qué desasosiego, qué horror, vivir en semejante país!".

   Pues sí... la memoria histórica es una necesidad universal, no una simple necedad. Muchos, incluso los anti estalinistas más furibundos y convencidos de la tele, deberían tomar nota... Aunque sea a lápiz.  

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