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lunes, 16 de junio de 2014

Diario (56)

16 de junio, 2014.

   En "Tatuaje" Pepe Carvalho utiliza un Quijote para encender la chimenea. Califica al querido personaje de idiota, y luego calcula que con los demás libros que tiene en casa le puede alcanzar para unos diez años de fuego. Capítulos antes ya había reducido a cenizas uno de Laín Entralgo, uno de esas inmortales logomaquias sobre España. Algo muy comprensible en el fondo (la incineración quiero decir), si bien en el caso del hidalgo es sin duda mucho más impactante y se queda uno como helado mientras arde, sin saber muy bien qué pensar de esa alegoría o alegato o lo que sea. En realidad no hay discriminación, es un acto puramente pragmático más que emocional. El detective ya no parece encontrarle más utilidad a los libros que la de calentarle, y no precisamente el corazón. Aunque, eso sí, a todos les da la puntilla antes de entregarlos a las llamas, los despacha con algún exabrupto atinado y hasta divertido; sin odio pero con bastante mala leche por así decirlo. Más que algunas obras en particular parece que está quemando una forma de entenderlas, de sacralizarlas, recordando que en la vida existen elementos mucho más esenciales que la literatura, como el fuego por ejemplo. Como un refugio bien aclimatado y cómodo cuando anochece.

   De hecho, después de muchas vueltas y consideraciones, parece que toda la verdadera inteligencia humana tiende a esa simplicidad un poco desencantada y un poco no; a esa especie de conformismo animal y sencillo con la naturaleza que ya predicaban los filósofos antiguos como único medio de alcanzar un razonable bienestar. Sin aspavientos ni grandes teorías, sólo como un gato que se lame sobre la mesa, que es su propia unidad de destino en lo universal sin necesidad de recurrir a grandes nociones de nación y demás zarandajas. No hay más búsqueda que la de seguir vivo en toda la extensión de la palabra, que la de no estropear la armonía del mundo con nuestros merengues y pijadas para mejorarlo - porque no es él quien necesita mejorar, ojo, sino nosotros dejar de joderlo. Hay que quemar la idea de que nuestra sabiduría va más allá de esos límites, de que puede hacerlo, antes de que los auténticos quemados seamos nosotros y no precisamente de un modo metafórico. Cervantes fue un pobre hombre comido por el hambre y las desgracias, un hombre lo bastante valiente, tenaz y talentoso como para convertir su dolor en una joya hermosa y una seria advertencia... Pero estoy seguro de que él mismo estaba convencido de que poco más se podía hacer, y más todavía de que en muchas noches frías de miseria o cautiverio soñaba con tener un buen montón de ilustres novelas de caballería y encontrar el eslabón perdido, junto con la yesca y el perdernal.

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