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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Diario (63)

24 de septiembre, 2014.

   Leyendo Memorias de un anciano (1805-1834), de Antonio Alcalá Galiano. Una prosa pelín retorcida y grandilocuente, muy de la época, y con palabras como "aposxroiando" que te encuentras de cuando en cuando, y que no sabes si son erratas (porque la edición las tiene para exportar, como si no les importase) o qué. Aunque por lo demás es un libro de interés; recuerdos sin adulterar del joven Antonio (tío de Juan Valera) que participó directamente o como observador privilegiado en muchos de los acontecimientos de mayor trascendencia histórica y política de su época, empezando por la batalla de Trafalgar en su Cádiz natal, donde murió su padre.

   De ésta cuenta una anécdota curiosa de un guardia marina llamado N. Briones, al que un balazo le dejó un pie colgando, casi a punto de desprenderse del todo. Avisó a gritos a un compañero para que buscase socorro, y como el tipo al parecer no le prestó ni la atención médica requerida ni tan siquiera la mínima que dicta la buena educación en un caso así, lo que hizo fue arrancarse él mismo el pie y arrojárselo a la cara al fulano remolón, para que se enterase. La España de siempre, vamos. Organizar un baile en Madrid podía castigarse con el destierro, y había un sector de la población que creía firmemente que los mamelucos tenían rabo (en la parte posterior, se entiende). De los dragones no dice nada, pero cualquiera sabe. De quienes esperan con devoción a Fernando VII, cualquier cosa puede esperarse.

  Uno de los episodios más recordados de la vida del autor fue, precisamente, su discurso en las Cortes de Sevilla para conseguir que se declarase demente a semejante rey de manera oficial. Pirado estaba sin duda, a veces física y otras mentalmente, y su propia madre no tenía un concepto demasiado alto de él; claro que de ahí a tacharle de majareta patológico en público y en el parlamento encima hay una diferencia importante, y más considerando que, por lo visto, fue una intervención de lo más inesperada. La gente se quedó pasmada, tragando saliva algunos y otros en un silencio del que no sabían cómo salir de la impresión ("nadie siguió, ni hubo murmullo en las tribunas"). Aunque curiosamente al final se acordó lo más sensato, o sea, admitir la locura, y por una "mayoría crecida". En la práctica no sirvió de mucho, pero bueno... reír seguro que se rieron con los borbotones del Borbón. Hoy que los debates sobre el estado de la nación están de capa caída deberían promocionarse iniciativas así, para subir el share, o el xareu, que se dice en Asturias. Se oye mucho que los políticos de antes estaban mejor formados, y no hay duda de que sí. Y mejor informados también.

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