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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mis tiranos favoritos (4).

     BENITO MUSSOLINI

     De chavalote, en un internado de Faenza, hirió a un compañero con un cuchillo mientras cenaba. A raíz del incidente tuvo que salir de los salesianos, pero cagando melodías. Le mudaron de escuela, y en la nueva, en Forlimpopoli, volvió a herir a un compañero con un cuchillo. Ya entonces se le veían alardes de líder. Andaba por ahí con un boxer y una manopla de hierro, contaban, y escribiendo poesías que, por raro que parezca, nadie quería publicar. Fue por esa época cuando, firmemente decidido a seguir la tradición, que tanto respeto le merecía, hirió con un cuchillo a una amiga. En su defensa es justo decir que tocaba con cierta gracia el trombón; si bien no era, y a la vista está, lo que se dice un virtuoso.

   Tuvo diversos oficios: chocolatero, marxista, futurólogo por los caminos, vago en Suiza... Le costaba encontrarse a sí mismo, claro que también a menudos sitios iba a buscar. Luego durante un tiempo fue profesor en Tolmezzo. Allí sus alumnos le apodaban "el loco". Jugaba a los fantasmas en las ruinas del castillo del lugar y organizaba fiestas nocturnas en el cementerio donde dirigía ardorosos discursos a los cadáveres. Vamos, que ya se iba aproximando un poco. Aunque la revelación, el momento fetiche (que él mismo calificó como el más hermoso de su vida) aconteció en 1917. Fue una auténtica explosión, y cuando digo auténtica quiero decir auténtica: un lanzagranadas recalentado que detonó, llevándose a varios individuos por delante y dejándole a él con más de cuarenta esquirlas de metralla por todo el cuerpo y varios tornillos flojos en la cabeza. Fue un subidón de muerte. Hasta rehusó - según su versión - la anestesia en el hospital. Quería gozar del frenesí sin frenos.

     Tristemente el zambombazo le dejó secuelas de dominio público. Un ansia atípica, por ejemplo, de someter Etiopía. Como casi todos los fascistas de pro tenía también el síndrome del eterno retorno recurrente, que a veces se manifiesta con regresos alucinatorios a reinos jemeres, a imperios arios, a la época de los filipes de números varios... depende. En su caso quería volver a la Roma de los grandes pendones, a la era del laurel, el águila y las sandalias caligae. Seguir dando la lata con el latín. Organizaba desfiles con ese fin: venga, todos en hilera hacia los tiempos heroicos. Encima caminando como ocas, porque según la leyenda las ocas habían salvado el Capitolio de los galos. O sea, que un desmelene demoledor, de los de no te menees. Se le iba la olla hasta el punto de que ya ni se recordaba que tenía que mear, como le confesó una vez a su amante más mítica, Claretta Petacci: A veces retengo el pipí hasta dos o tres horas, no me acuerdo. Y llega un momento en que me encuentro mal, estoy incómodo, qué me pasa, qué es... Es sencillo, es que tengo pipí, entonces corro. Si tuviese a alguien que me lo recordara, no sufriría. Un caso grave de cojones, y de próstata. Aunque buena parte de la culpa también era suya, todo hay que decirlo. Si en lugar de il duche se hubiese hecho llamar il inodoro lo hubiera tenido más presente y seguro que habría estado mucho mejor.


    

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