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martes, 7 de enero de 2014

Diario (11)

7 de enero, 2014.

   Trabajar de cara al público es lo peor. Algún espabilado dijo una vez que el cliente siempre tiene razón, un tópico un tanto opaco para mi gusto, aunque muchos lo interiorizaron hasta el punto de que no han aterrizado aún, y más que a comprar parece que van a montar el pollo donde saben que nadie va a replicarles. Los hay que llegan ya bramando. Según entran empiezan a vocear: "¡Tú! ¡Ven p'acá! ¿A ti te parece normal esto?". Ni idea de a qué se refieren; podrían estar hablando de Felipe V o del flipe de la del tercero, cualquier basura que les desfile lentamente por la materia gris en ese momento; pero la norma es no armarla, asentir, tratar de caballero a un pacón cuyos modales podrían frenar en seco a un submarino atómico. "¿Qué ocurre, señor?". "¿Cómo que qué ocurre? ¿No lo ves? ¡Esto es igual que un chino! ¿Dónde carajo están las parafusas que anuncian en la tele? ¡No las veo!". "En el pasillo de la derecha, caballero". "Claro, ahí escondidas... ¡Menuda atención a la gente!... Anda, tú sigue tocándote las narices, que para eso te pagan... ¡Qué falta de respeto!". Luego se dirige a otra sección justo en el lado contrario y se pira sin comprar nada. Resoplando airado y subiéndose el pantalón hasta el ombligo. Si tuvieses alguna renta y guantes te quitarías uno para abofetearle el morro y retarle a florete... aunque hay que aguantarse.

   El problema no es la falta de cultura, entendida como la acumulación de conocimientos enciclopédicos; es la falta de educación. Tener en cuenta a los demás mínimamente, y cuanto más mejor, es la única revolución fiable y posible. Cualquier sistema planificado con un poco de sentido común podría funcionar si las personas que interactúan en él no se comportasen como vampiros desatados, alimentándose de sangre ajena, o incluso de sudor, y teniendo la simple inteligencia de ceder un poco del esfuerzo propio en beneficio de todos. Es así de sencillo, aunque cuando falta esta cortesía elemental cualquier entramado teórico que se construya para sustituirla se desmorona sin remedio. No es necesario analizar sesudamente la Constitución, ni estudiar la Biblia o el Capital: el número de maleducados, con o sin estudios, es un indicador infalible del nivel de decadencia en que se encuentra una sociedad. La señora que se cuela en el supermercado; el cretino que golpea a un perro o clava lanzas a un toro para divertirse; el listillo que fagocita el trabajo del prójimo alegando que él "se sacrificó más", como si leer fantasmadas sobre economía fuese más duro que cargar sacos de escombro... La crisis no es más que la proliferación de esta clase de comportamientos sumada, de individuos sin conciencia, patriotas o no, menospreciando la labor y hasta el sufrimiento de sus semejantes con argumentos absurdos, o incluso sin ellos ya. Únicamente exigiendo desde su posición de fuerza que les den la razón porque pagan. Yo regalaría sin dudarlo un segundo toda la que pueda tener solo por arreglar algo.

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