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lunes, 20 de enero de 2014

Diario (14)

20 de enero, 2014.

   Las ideologías son como goma de mascar. Hay quienes las hinchan hasta que les estallan en la jeta; otros en cambio las rumian sin cesar hasta que pierden por completo el sabor. Por seguir con el símil, y hacer un chiste malo de paso, casi podría decirse que las que más se compran son las dementes. Nunca me he fiado un pelo de los oradores de raza. Estos tiempos de incertidumbre, además, son idóneos para que afloren toda clase de tronantes y chalados. Partidos de nuevo cuño dando la coña de siempre, para ver si nos tragamos el chicle o lo que haga falta. Renovadores vendiendo la eterna moto, sin otra meta que arramplar con los escaños que a buen seguro les van a quedar descolgados a los habituales, porque es evidente que lo están haciendo fatal. Así que todos a poner la corbata de paramecios y la sonrisa para necios. El cazo descaradamente, a ver qué cae.

   Una de las propuestas más recurrentes que se oyen para la gran regeneración política es que España siga siendo España. Reespañolizar, por así decirlo, España; que se haga más compacta, con pactos o sin ellos, y conseguir así una perfecta cristalización de la españolidad, para que nadie se avergüence de pregonarla en las reuniones o incluso de madrugada y borracho si le sale de la chorra, a gritos por la calle: "¡¡Soy español!!". Existe, al parecer, una profunda preocupación por saber qué sería España si dejase de ser España, cómo podríamos llamar al nuevo reino sin reírnos... ¿Ex paña? Miedo me da. O porque nos confundan quizá con suajilis o mongoles, cosa que en varios foros ya empieza a ocurrir de algún modo - aunque hay que reconocer que tenemos altos cargos que despistan. Al verlos no siempre confían fuera. Durante la Segunda República, por ejemplo, quisieron definir a España como una República de trabajadores, y además de los previsibles problemas internos hubo que bregar con el pitorreo internacional. En Ginebra, en una reunión del Consejo de la Sociedad de Naciones, Lerroux y el resto de los delegados patrios llegaron una hora tarde a la sesión, y cuando entraron se oyó exclamar con el reloj en la mano a Briand, el entonces Presidente: "Voilà les trabailleurs...", mientras todo el mundo se partía la caja. Lerroux, al sentir el cachondeo, pidió explicaciones al tipo que tenía en el sillón de al lado, aunque como se las dio en francés no entendió un pijo y solo se le ocurrió decir: "Ah, claro, claro... No faltaría más". Y eso que en aquellos tiempos los políticos estaban sin duda mucho mejor preparados. Hoy dirían algo como: "¿¡Eiiin!?", mientras el otro mandatario les entrega una cajita de emanems para que piquen. Pero que no pare, claro que sí... Por orgullo que no quede.


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