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jueves, 9 de enero de 2014

Diario (12)

9 de enero, 2014.

   Ayer una señora me preguntó por "los sanitarios". "¿Dónde están los sanitarios?". Yo llevaba ya algunas horas currando, y entre el cansancio incipiente y que las cuestiones que te plantean son como para enmarcarlas a veces (un fulano llegó a preguntarme si los anuncios de teletienda eran ciertos) tardé unos segundos en darme cuenta de que se refería a los baños y no a una enfermería. La primera imagen mental que me vino, de hecho, fue la de gente ataviada con bata blanca y sujetando las planchitas de un desfibrilador en la mano. Por su jeta la señora podía perfectamente estar giñándose o sufriendo un infarto, cualquiera de las dos opciones cabía. Aunque el lapsus fue breve como digo, y por suerte pude indicarle el correcto camino al váter antes de hacer yo mismo otra pregunta ridícula, que sin duda habría derivado en una situación violenta. Pero es que van provocando...

   Tuve un jefe hace tiempo que llamaba "mol" a las escaleras. Te avisaba así por radio: "Diríjase al mol del segundo nivel", y encima se cabreaba - y mucho - si no comprendías sus instrucciones. Más tarde me enteré de que antes de ser gerente trabajaba de decorador. De los más atrevidos además: no pagaba a sus empleados. Había dejado un pufo en La Felguera con unos albañiles que no sé ni cómo seguía vivo, aunque supongo que hay personas que siempre caen de pie. Tienen como una estrella para no estrellarse, por muy gordas que las armen. Éste andaba por ahí todo ufano, en plan macarra ilustrado. "¿Están encendidos ya los óculos?". "Sí, señor Gómez". De entrada les había sorbido la chola a los tenderos, que debieron de considerarle arquitecto o algo así, y luego, cuando ya se percataron de que era un camándula de lo peor, les salía demasiado caro liquidarle - pagar la correspondiente indemnización por despido quiero decir. Cobraba como un diseñador parisino por dar un par de paseos diarios, hacer el paripé por los pasillos y luego encerrarse en el despacho con su secretaria de bandera, una rubiaza de ojos azules que estaba metida hasta las trancas en una secta. Piradísima vamos. Aquel centro era la caña; en tiempos salió incluso en un artículo de Interviú sobre lugares donde "presuntamente" se blanqueaba dinero, con foto y todo. Solo con mirar los presupuestos se quedaba uno atónito, pensando de dónde habrían sacado aquel presuntamente. Por colocar los adornos navideños, por ejemplo, se hacían facturas de 30.000 euros. No compraban ni una bolita, lo tenían todo almacenado en un cubil del sótano y una noche al año venían cuatro tipos subcontratados a colocar los engendros: osos polares (?), duendes con cara de rata, espumillón revenido... 30.000 pavos la broma. No creo que se gastasen ni quinientos. Seguro. Las figuras del belén parecían un grupo de psicóticos haciendo terapia, una patrulla vecinal lista para linchar más que un nacimiento, hasta el punto de que una vez la dueña de la floristería le preguntó al tipo que qué era aquéllo (y sin sarcasmo alguno). "Es El Misterio", contestó él muy melifluo, con dos cojones. Aunque entonces la verdad es que había acertado de pleno.    

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