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martes, 21 de enero de 2014

Diario (15)

21 de enero, 2014.

   Recién llegado del gimnasio. Liando un pitillo. Últimamente el cielo estaba como agua de fregar, de un gris agresivo, y soltando chuzos con avaricia además; aunque hoy ha escampado y si bien no puede decirse que haga calor, porque no lo hace, al menos sí hay claridad, luz reconocible y prometedora - supongo que llamarla prometeica ya sería exagerar.

   De adolescente me sentía más inclinado al claroscuro, al clima gótico y hasta macabro. La estampa otoñal y tal, con el cielo encapotado y toda la orquesta de ocres. La adolescencia es una edad incivilizada - es lo mejor que tiene - que añoramos el resto de los años, pero con un criterio infame también. Excesivamente impresionable y dada al melodrama sin cuento, a los hundimientos titánicos y por supuesto a las pajas. Es tiempo de darle a la manivela que da gusto, de sentirse distante y distinto, hasta que la vida te da de hostias y te deja o bien atorado o te enseña a torear. No hay otra.

   Ahora es la luz lo que prefiero. Un sol tibio, temperatura suave, y el juego o incluso el jugo de los colores. Más allá de lo físico quiero decir, estéticamente también; ahondar en lo siniestro y lo frío es algo que cada día me produce menor interés. Naturalmente está ahí, pero me la suda, salvo que lo sufran quienes no lo desean. Es como la cáscara del plátano, que no te la comes; lo mondas y la mandas directa a la basura. Pues igual con lo perverso: que lo justifiquen como ley en sus cátedras y hasta lo idealicen otros si quieren. Quizá algún día crezcan... Veremos con el tiempo, y si hay luz suficiente, porque sin ella imposible.

 

 

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