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viernes, 17 de enero de 2014

Diario (13)

17 de enero, 2014.

   Ayer me hicieron unos análisis, y hoy me toca tomar la tensión otra vez. Por lo visto la tengo un poco disparada, y mucho me temo que van a hacerme pasar por el tubo - y no solo la sangre. Me espera una dieta atroz, sin café, ni azúcar, ni sal, ni grasas... ¡nada! Las plantas de los tiestos tendré que comerme. Al parecer Paul Léautaud solía anotar las cifras de su tensión sanguínea en su Journal Littéraire. Eso he leído, no sé. Otros lo hacían con el color del cielo, los almuerzos, sus cópulas o los whiskys que se pimplaban - al menos los que podían recordar - así que tampoco es tan extraño. Las obsesiones son algo serio y perfectamente rastreable en buena parte de los escritores, y muy especialmente en sus diarios, bitácoras, dietarios o como quiera que los bauticen. En ellos es más difícil escapar, mantener por mucho tiempo ficciones y hasta imposturas. Son las secreciones cotidianas, latentes, y de ahí que el género sea tan relevante. Muestran las pequeñeces de muchos grandes autores, y a veces, también, son hasta insoportables.

   Recientemente traté de leer los de Pavese, pero los dejé a la mitad. Acabó poniéndome enfermo con su desamor recurrente, venga a machacarse las neuronas con aquella profesora de matemáticas que le plantó y los suicidios potenciales. Estaba, de verdad, muy mal de lo suyo, y como además en esas páginas se desnudaba bruscamente y sin filtros llegaba a ser angustioso, y más todavía sabiendo cómo acabó todo. Fue un poeta espléndido, auténtica élite, y por momentos casi me daban ganas de meterme en el libro para darle una colleja, sacarle de esa espiral degenerativa o algo. "Eres la hostia, tío, no te quemes así...". La sensación de impotencia me resultaba muy desagradable y al final, cansado de verle en el pozo, cerré el volumen de un golpe y lo devolví a la estantería. El libro es como una joya horrible.

   Pla, diarista ilustre donde los haya, vivió muchos años también obsesionado con una mujer: una tal Aurora Perea. En sus carpetas de manuscritos y cuadernos aparecía de manera constante, casi cada jornada apuntaba una o dos líneas sobre sus cartas - si llegaban o si no -, aunque en su obra publicada no hay manera de rastrearla. La señora había emigrado a Argentina, y el portero de un hotel recuerda haber visto a Josep llegar ese día abatido, como un trapo húmedo, y contándole que había perdido el amor de su vida. Cada mes le enviaba mil pesetas a Buenos Aires, lo que le pagaban por sus artículos en un periódico. Ella estaba casada con un tipo de setenta y pico años, vivía casi en la miseria, y por la ayuda financiera le correspondía con alguna misiva que él esperaba como agua de mayo. En una semana podía hacer hasta cinco entradas de bitácora sobre el tema: "A."; "Carta de A., golosa"; "Obsesión de A."; "Carta de A.: casi insignificante. Papeles de su marido"; "Obsesión de A. Comienzo una carta erótica".  Así... Uno de los periodistas más considerados y solicitados del país, quizá el mejor autor de las letras catalanas de entonces, dejándose el sueldo de sus textos por las tarjetas postales desganadas de una señora de la que le separaba como mínimo un océano. Lo que es el amor nunca lo explicó tan bien como callándoselo, y eso que tiene aforismos sobre el asunto como para tatuárselos.

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