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martes, 6 de mayo de 2014

Diario (39)

7 de mayo, 2014.

   Me encuentro, en un libro de Astrana Marín, una carta de Quevedo al duque de Osuna que no tiene desperdicio. Un texto magnífico, y supongo que célebre para los estudiosos, aunque yo que no lo soy nunca lo había leído. En esa época el duque aspiraba al virreinato de Nápoles, y había enviado al escritor, su mano derecha, a reclutar apoyos, o a pollos, que le favoreciesen en sus pretensiones, ofreciéndoles a cambio, como es habitual en tales campañas, cargos y recompensas. Lo que normalmente se llama sobornos, y eufemísticamente sobresueldos o gastos de representación. Por supuesto Quevedo se movió con diligencia, o a caballo, no lo sé, pero desde luego se puso en marcha y es en esta misiva donde le da noticia de cómo van sus gestiones. El retrato que hace de la fauna y maniobras políticas de entonces es insuperable, escueto, inteligente y hasta con fogonazos de genial humorismo. Muy en su línea. Explica con largueza por qué el tipo acabó convirtiéndose en un clásico, teniendo en cuenta también que se trataba de correspondencia privada, absolutamente confidencial, y que de ningún modo podía ser publicada o conocida siquiera por cualquiera que no fuese su legítimo destinatario. Representa, por así decirlo, su dicción y su talento naturales, sin aspavientos o gestos para la posteridad. Lo más parecido que puede darse en literatura a una conversación íntima y forzosamente discreta, o clandestina incluso.

   El caso es que me recordó a toda esa multitud de papeles y mensajes comprometedores que andan circulando por ahí en estos últimos tiempos. Las similitudes son evidentes, aunque no lo son menos las diferencias. Hoy esta clase de labores las ejecutan auténticos ñus iletrados, y se nota en las notas; nada más que una tropa de farfulladores con faltas de ortografía y por supuesto de estilo: un desastre vergonzoso. No digo yo que vayan a ser todos quevedos o cardenales mazarinos, vale, pero joder, ¿cuatro siglos de evolución del chanchullo político y no son capaces más que de anotar cuatro siglas? "F.A.C   30.000", ¿qué cojones es esa chapuza? Hasta leído por un inglés tendría un fondo más elegante. En este país no queda ya ni el consuelo, o hasta la pequeña grandeza, de la estética. Habría que exigir corruptos con una formación básica al menos, módulos urgentes en la U.G.T. Luego todos estos tinglados salen a la luz y somos el hazmereír, se cachondean en Europa y nos quitan la soberanía por precaución - que la majestuosidad ya nos la ventilamos nosotros sin ayuda. Y no son los sobres, ojo, que en todas las patrias se reparten; son los sobrazos, la manifiesta incompetencia hasta para sacar la basura sin hacer el ridículo y quedar como la gocha. Fotocopias garabateadas y con borrones nos presentan y representan... yo alucino. Que lean y que aprendan:

   "Excelentísimo señor: Yo recibí la letra de los treinta mil ducados de once reales, y la hice aceptar luego; y, como al descuido, he hecho sabidores de la dicha letra a todos los que entienden de esta manera de escribir. Ándase tras mí media Corte, y no hay hombre que no me haga mil ofrecimientos en el servicio de Vuestra Excelencia; que aquí los más hombres se han vuelto putas, que no las alcanza quien no da.

   Es cosa maravillosa: para los porterillos ha sido un attolite portas; para los oídos, un encanto; para los ojos, un hechizo, y para mí un temblor notable. Y aseguro a Vuestra Excelencia que, en lugar de alargarme, me he arrugado con el dicho dinero, como pergamino al fuego. A todos los tengo con esperanzas; hágoles gestos de dádiva; hablo palabras con barriga, preñadas; y sospecho que si Vuestra Excelencia me envió treinta mil, le he de volver treinta mil y tantos.

   Va de piojo, y Vuestra Excelencia empiece a rascarse que yo empiezo a comer. Señor, según yo veo, adelante ha de haber tiempo de untar estos carros para que no rechinen; que ahora están más untados que unas brujas... 

   Por estas razones digo que con los treinta mil no sólo me apiojo, pero me aliendro, de manera que a hombre vivo no pienso, sin particular orden de Vuestra Excelencia, dar un maravedí. A aquella persona daré la cadena, después que haya visto cómo acude a lo que aquí se ofreciere del servicio de Vuestra Excelencia; que verdaderamente sirve y ha servido, y así me lo ha asegurado don Andrés Velázquez, y en lo del corso hizo la mayor parte. Yo le tengo muy contento, y a Federico más amigo de Vuestra Excelencia que nadie y más apasionado, porque se hace lenguas en las cosas de Vuestra Excelencia. 

   El marqués de Siete Iglesias no sólo me dio audiencia, pero me enseñó toda su casa, haciéndome mil favores: es apasionadísimo amigo de Vuestra Excelencia, y muy seguro, y se holgará para su camarín con algunas cosillas de Levante. 

   El Padre confesor está finísimo; yo deseo que Vuestra Excelencia le envíe alguna niñería para la celda; que de Vuestra Excelencia la recibirá y la estimará. Pienso hará ruego a Vuestra Excelencia para algunas personas en Nápoles; yo le he asegurado que Vuestra Excelencia sólo desea que se ofrezca alguna cosa de su gusto.

   Y juro a Dios que con sólo amagarles con los treinta mil no me ha de quedar hombre en pie, y que he de andar como diestro: que he de señalar las heridas y no las he de dar, porque no me han hecho por qué.

   Gran cosa es, aunque no se dé, saber que lo hay. Juro a Dios que parece que hay jubileo en mi casa, según la gente que entra y sale; más séquito tengo yo que un Consejo entero, y hame sido de grande autoridad y reputación el negociar". 

   (en Luis Astrana Marín: "La vida turbulenta de Quevedo", ed. Gran Capitán, 1945, pp. 223-224) 

   

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