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lunes, 19 de mayo de 2014

Diario (44)

19 de mayo, 2014.

   Barcelona es, para empezar, una ciudad práctica, de un urbanismo sensato. Tampoco es que en tres días me haya dado tiempo a conocer mucho, la zona con mar por ejemplo ni siquiera llegué a verla, pero la sensación de haber sido hecha con inteligencia, para burgueses espabilados y con cierta fantasía, con querencia a la virguería modernista y al rincón con encanto, es más fuerte que en el resto de las que conozco. Además, abundan las librerías. Creo que nunca había visto tantas y tan bien presentadas, cosa que dice bastante. Justo frente al hotel, al cruzar la calle, ya había una de segunda mano; un local pequeño y de barato pero gestionado con esmero, con un buen gusto evidente tanto en el orden como en la elección de títulos y precios. Por tres euros podían encontrarse ediciones prácticamente descatalogadas y en buen estado, desde Lytton a los títulos menos célebres de Graham Greene en colecciones desaparecidas, y sin la habitual basura descompuesta amontonada por las esquinas, deshojándose al cogerla. En muchos lugares que yo me sé llevar un negocio así podría resultar muy grato pero desde luego nada rentable, y sin embargo allí lo era, o al menos lo parecía por el número de clientes y personal clasificando y atendiendo (dos en un comercio, repito, muy reducido). Y no era nada excepcional, por todas partes se notaba que el negocio del papel impreso daba sus buenas rentas, o que al menos las cubría con dignidad a primeros de mes. Viendo la calidad y profusión de tiendas del ramo chirriaba un poco esa imagen de bárbaros descentrados y descentralizados, lanzando constantes espumarajos de odio, que suele darse del grueso de los catalanes en los medios. Así a primera vista daban la impresión de ser un pueblo bastante inclinado a la lectura, no sé... Pensarlo me hizo recordar una eminente villa castellana, inmortalizada por un clásico del Siglo de Oro, en la que no pude encontrar ninguna librería por más vueltas que dí, hasta que me confirmaron que, en efecto, no las había, ni un miserable quiosco con bestsélers en un trasto rotatorio. Sólo más capillas por barba que en el Vaticano y una descomunal plaza de toros - con un excelente cartel para la corrida, eso sí, muy colorido... Quiero decir que seguramente las cosas no siempre hay que verlas en blanco y negro, que hay también otros matices en los que fijarse antes de empezar a hacer sangre y sacar el gallo orgullo a dar el paseíllo. Que aunque defectos gordos los tenemos todos, y bien claro está a estas alturas, lo que conviene tratar de imitar y usar si acaso para crecernos son las virtudes...

    Otra cosa que me llamó la atención fueron una serie de placas conmemorativas que nos encontramos por varias calles. Señalaban asesinatos, gente a la que habían tiroteado en esos lugares. La primera justo en la fachada de la librería donde Ana presentó su libro, dedicada a Francesc Layret, al que dieron pasaporte, y no precisamente el que él habría deseado, en 1920. Pistoleros del Sindicato Libre de la patronal por lo visto. Pero la más curiosa fue la del anarquista Salvador Seguí Rubinat, el "noi del sucre", al que se cargaron sicarios de la misma organización que a Francesc (muy activa en lo suyo al parecer) en 1923. Digo curiosa porque, según nos explicó Orihuela, apenas unos meses antes había publicado una novela, "Escuela de rebeldía" si mal no recuerdo, en la que el protagonista moría del mismo modo y en el mismo lugar del Raval. O sea, premonitoria a más no poder. Quizá hasta se eligió el sitio del atentado adrede y resulta que el Sindicato Libre de marras tenía su lado poético a pesar de lo que se esforzaban en disimularlo. No lo sé, pero desde luego es llamativo, otro más de esa multitud de episodios históricos que parecen sacados de una película y de los que, sin embargo, nunca se habla, ni siquiera como hechos chocantes. Pero que también es verdad que, después de décadas de silencio sepulcral, todavía perviven a su modo, como bichos diminutos y tozudos que pican de vez en cuando en la piel. Muy difíciles de matar.

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