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sábado, 24 de mayo de 2014

Diario (45)

24 de mayo, 2014.

   Escucho a mi tío elucubrar sobre los piescos, voz frutal asturiana al parecer de origen latino (pomum persicum), pero que, bien pensada, no sólo conduciría a Roma - como todos los caminos - al comerlos, sino incluso más lejos: quizás a Alejandro y sus andanzas por allí, al primer contacto de nuestros ancestros culturales con ese placer para el gusto, convertido después en una hermosa y recia palabra que todavía hoy sobrevive a su modo y condensa en un nombre todos estos códigos semiocultos. Algo así como la magdalena de Proust pero a lo bestia, vamos. Y ésto es sólo lo que más o menos podría descifrar un filólogo, claro, porque quedan aún el experto en botánica, en nutrición, el labrador y el que carga las cajas en el camión o recuerda su textura en un texto a propósito de una piel... Todo el abanico de enfoques y vida en realidad. Un piescu contiene como un pequeño planeta en su interior, y hasta en sus bordes, una maravilla de sabor y diez mil del saber que siempre, inevitablemente, se nos escapan. Tanta poesía que quien piense que algún día podría desaparecer es sencillamente porque no sabe de lo que habla. Ni lo que dice.

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